Al pie mismo de una fortaleza encumbrada arriba de la pirámide rocosa, acostado está, un anciano poblado, a medio camino, entre el llano y las altas y boscosas montañas llenas de misterio.
Sus laberínticas y angostas calles, se reparten el espacio que les dejaron, también algún monumento de buena fábrica, plazas y plazuelas, rincones con encanto y calidez de nana.
Les une un paisaje indescriptible. El aire de montaña inunda los pulmones de cada cual, emborrachándoles con sus aromas. A lo lejos, se divisa a su guardián y compañero. Se conocieron mil años atrás en el tiempo imborrable de batallas. Flechas, lanzas, escudos y espadas en alto con sus destellos de soles de ocasos. Muchos no llegaron a tiempo. Quedaron tumbados entre laderas, vestidos de tierras y caminos.
La mirada fija de un gato muy extraño, pero real, bajo la mirada imperecedera de aquél guardián, me dice que él sigue misteriosamente, contando el paso de los siglos. Una estampa que transmite. Impresiona. Te envuelve en ese halo que, tan sólo ese puñado de siglos mantiene vivo.
Era aquél ocaso, mi compañero de viaje, mientras ese gato me hechizó de tal manera, que el frio en mi cuerpo se confundió con ese sudor desconcertante. Mirándonos cara a cara y, encaramado en lo alto de la forja de media puerta, no movió ni un solo músculo. Estaba en su puesto de guardia como un viejo militar de cuando entonces.
Me dejó un escalofriante mensaje, como si de un viejo profeta milenario se tratara. Las brujas de Torquemada, hubieran deseado un gato como este. Yo, me lo traje conmigo para que siga contándome las múltiples historias de cada piedra y, de las almas que deambulan errantes, aferradas a la tierra que defendieron con sus vidas.
El gato me dice que, habla con ellas cada noche. Son compañeros de viaje, sí, claro que lo son. ¿Hasta cuándo?
3.13h – 17 – 5 – 2024 – Francisco Ortega Bustamante.